El ser humano tiene una necesidad concreta de comunicarse, de conversar sus asuntos, de buscar aclarar sus confusiones con gente conocida o terapeutas profesionales. ¿Eres de los que suele dar un buen consejo?, ¡cuidado! a veces la forma de hacerlo puede generar reacciones contrarias a lo que deseas, que es ayudar a un amigo.

 

Lamentablemente, si al querer tener tu mano a alguien que se te acerca con algún problema, en ocasiones consigues enojarlo con tus recomendaciones, debes revisar la manera en que lo estás abordando. ¿Cómo hacerlo?
Siéntete afortunado y agradecido porque esa persona te considera no solo tu amigo, sino digna de que te “entrometas” en el buen sentido de la palabra, en su corazón y su vida. En consecuencia, tienes la responsabilidad de honrar esa amistad dedicando un verdadero esfuerzo en atender la necesidad de esa persona.
Propicia la conversación en un momento en que estés tranquilo, y tengas tiempo para compartir con este amigo. Es importante que demuestres coherencia: eso quiere  decir que la postura de tu cuerpo, tu mirada, tu estado emocional, la entonación de tu voz, deben estar completamente conectados con la persona que está abriendo su corazón.
Puedes comenzar inquiriéndole algo sencillo y general: ¿Qué te pasa o cómo te sientes?, las preguntas son poderosas y es la mejor arma para ayudar a quien te pide un consejo. Además, resulta un método efectivo para que el afectado se exprese y se explique mejor. Tu puedes dirigir las preguntas para que él mismo llegue a sus propias conclusiones.
Permítele que hable y se exprese a sus anchas, que se desahogue. Muchas veces la persona sólo necesita hablar para poner orden en sus pensamientos y sentimientos. Una vez que se ha expresado, con seguridad  tienes alguna noción de qué le ocurre, pero no puedes lanzar soluciones geniales si no conoces a profundidad el problema, más allá de una inicial exposición.
Cuando la situación te permita intervenir, no olvides agradecer en tus primeros mensajes, la confianza que depositó en ti, y hacerle sentir con tus palabras que lo que le sucede es importante para ti también, en base al cariño que se profesan mutuamente. Luego comienzas la maravillosa tarea de propiciar que sea tu interlocutor, quien, ayudado con unas preguntas que puedes hacerle, razone sus propias opciones. “¿Cómo te hace sentir eso?”, “¿Cuál sería el mejor camino?”, “¿Ese camino te haría feliz, te brindaría la paz que anhelas?”, “¿Crees que es la mejor actitud que puedes asumir?”,”¿Te puedes colocar en su situación también?”, “¿Qué hubieses hecho tu, si estuvieses en sus pantalones, en lugar de los tuyos?”.  Estos son modelos de preguntas que pueden ayudar a que la persona que te pidió consejo ordene mejor sus pensamientos y pueda encontrar su propia salida.
Pocas cosas se comparan a tender la mano  a un ser querido, y la satisfacción de saber que superó con éxito este tropiezo hacia su buen vivir. Recuerda que en un estado de ánimo abrumado por la tristeza, la desesperanza o la preocupación, es más difícil que lleguen ideas claras, objetivas y es ahí donde tú puedes convertirte en una herramienta valiosa: el ser facilitador de su propia conciencia.