Cuando una mujer tiene claro su propósito, no hay cargo, ni posición que la limite, su voz siempre trascenderá, ejemplo de ello es Anna Eleanor Roosevelt, quien no solo fue la 32.a primera dama de los Estados Unidos, y la que más años ha ocupado el cargo, sino además una de las activistas más poderosas e influyentes de la historia.

Roosevelt se convirtió en la primera delegada de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, así como la primera presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas; presidió la Comisión del Presidente de JFK sobre la Condición de la Mujer para promover la igualdad y asesorar sobre temas relacionados con las mujeres y su contribución fue crucial para redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y tal como lo relató en sus memorias, trabajó día y noche sin descanso durante dos años para lograrlo.

El activismo de Eleanor se produjo antes de su matrimonio con el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Desde su juventud formó parte del Partido Demócrata, y en la Liga de Comercio Sindical de Mujeres y la Liga de Mujeres Votantes,

Sus causas nunca dependieron de cargos de poder, formaron parte de su esencia y de lo que ella siempre creyó, eso la convirtió en una mujer auténticamente activa y comprometida con la sociedad.

Una gran mujer que se hizo sentir ante el mundo, no solo por su rol como primera dama de Estados Unidos, sino por su elegancia, aplomo, capacidad de trabajo, poder de negociación y sobre todo, claro sentido de dirección y propósito.

En ella se resumían las claves del éxito: Claridad, intención y determinación. Eleanor Roosevelt, una mujer fuera de serie y adelantada a su tiempo, que no se dejó embriagar por la pasión, y siempre mantuvo la dirección marcada por lo que definió como su misión en la vida.

En un episodio de su vida, citado en el libro El ego es el enemigo, de Ryan Holiday, habla precisamente sobre la distinción del propósito y la pasión. El texto refiere al momento en el que una activista se acerca a Roosevelt para elogiarla por su “apasionado interés” demostrado en un texto de legislación social. En su respuesta, Eleanor Roosevelt, dejó muy clara su motivación: “Sí —dijo Roosevelt, ella apoyaba la causa —, pero no creo que la palabra ‘apasionada’ se me pueda aplicar”.

Con esto, Roosevelt demostró que su motivación estaba muy por encima de la pasión, su actuar y su pensamiento estaban marcados por el propósito, la dirección y la razón.

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A lo largo de su vida, se comprometió con numerosas causas humanitarias y reivindicativas. Asumió la defensa de los derechos de la mujer como bandera, estuvo en la Liga de Sindicatos de Mujeres y el Congreso Internacional de Mujeres Trabajadoras. Y se convirtió en la voz de la lucha por la igualdad de género, a través de su columna en el periódico My Day donde escribía sobre la igualdad de la mujer en el trabajo.

Su propósito la llevó más allá de su cargo y de las fronteras al asumir, tras la muerte de su marido, el rol como delegada de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y un año luego de este nombramiento, la presidencia de la Comisión de los Derechos Humanos. Desde allí se concentró en lograr la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Además, tuvo claro el sentido de la trascendencia. “Nos encontramos hoy en el umbral de un gran acontecimiento tanto en la vida de las Naciones Unidas como en la vida de la humanidad. Esta declaración bien puede convertirse en la Carta Magna internacional para todos los hombres en todo lugar”. Estas fueron sus palabras cuando presentó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas la Carta Fundamental de los Derechos Humanos. Claramente, tales palabras hablan de su claro sentido de trascendencia y son ejemplo de que cuando se tiene un claro propósito en la vida, no hay límites en las aspiraciones y en los logros.

Aunque para la época aún no existían los protocolos, ni la definición de funciones para el cargo de primera dama, tal como existen hoy, la actuación de Eleanor Roosevelt, estuvo marcada por sus convicciones y no por las normas sociales. La sociedad de entonces no estaba preparada para alguien como ella y no siempre gozó de la aprobación de sus acciones. Caminó por la línea delgada de los estragos provocados por la Primera Guerra Mundial y el racismo.

A ello se impuso, al visitar a decenas de soldados heridos en combate, al ayudar a la Cruz Roja en el aprovisionamiento de alimentos y bebidas y participar activamente en la sociedad del alivio del cuerpo de la marina.

Su espíritu disruptivo también se manifestó como activista por el voto y el trabajo de la mujer y al apoyar abierta y públicamente a una cantante afroamericana que había sido rechazada por la organización “Hijas de la Revolución” por ser negra.

Esto la llevó, en contra del consejo de muchos, a organizar un acto en rechazo a la discriminación que sufrió Marian Anderson, un concierto protesta en el Lincoln Memorial al que asistieron cerca de 75 mil personas y que tuvo radiodifusión en todo el país.

Siempre mantuvo los pies en la tierra, fue prudente y realista. En sus virtudes, y es una de las grandes lecciones de vida que destaco de ella, gracias a su humildad, supo canalizar y suprimir su ego.

Incluso el presidente Truman la llamó la Primera Dama del Mundo, sin embargo, ese título no la embriagó de éxito, por el contrario, fue su motivación para llevar a cabo su propósito.

Ni la muerte de su amado esposo, ni el hecho de ya no ser primera dama la frenaron, debilitaron o cambiaron sus convicciones.

Tras la muerte de Franklin Delano Roosevelt aceptó la designación como delegada de la Asamblea General de las Naciones Unidas, luego se convirtió en la presidenta de la Comisión de los Derechos Humanos. Desde allí logró la Declaración Universal de los Derechos Humanos, texto que hoy la humanidad agradece, y que no hubiese sido posible, sin su contribución y ahínco.

Luego de la aprobación de este tratado, Eleanor Roosevelt siguió batallando porque todos los derechos recogidos en el manifiesto se cumplieran sin excepción hasta su muerte, el 7 de noviembre de 1962.

Todo este legado, sus logros y contribuciones son claras lecciones de los riesgos de la pasión y de las virtudes del propósito en nuestras vidas.

El propósito nos da fuerza y perseverancia, mientras que la pasión nos acerca a la ansiedad, la impetuosidad y el frenesí.  Todos necesitamos tener un propósito y ser realistas para poder crecer. En otras palabras, tener un propósito le añade sensatez y límites a la pasión, y ser realistas te da la distancia y la perspectiva que necesitas para no alejarte de tu propósito. ¿Conoces el propósito de tu vida, de manera tan clara como lo conoció Eleanor Roosevelt?